EL LOGRO, continuación de "Sándalo y..."-
Era mayo y el cumpleaños de la señorita Violet se acercaba. Los señores Brightson planearon una visita a su patria natal, Inglaterra, para ver a parientes y amigos. Irían a Yorkshire, donde vivían los abuelos de Violet.
Violet pidió permiso a sus padres para que Griselda acompañara a la familia, pues como ella, nadie sabía cuidarla y atenderla. Los señores Brightson trataron de convencer a su hija de que podían conseguir una empleada en Yorkshire, sería tan o más útil que Griselda. Violet mantuvo su idea primera.
Un amanecer frío, ventoso y con olor a yodo concentrado encontró a Griselda, que despertaba sobre un catre de la tercera clase de un buque transatlántico. Aunque su familia era nigeriana, esta sirviente había nacido en América y nunca había atravaesado más agua que la del arroyo Salsipuedes. La inmensidad le quitaba el aliento, por eso, procuraba despertarse media hora antes de atender a la señorita para emborracharse de aquel paisaje. El olor marino parecía quemarle los pulmones. Sin embargo, pasados los tres días a bordo, sus amplios orificios nasales lograron transformarlo de fétido a placentero. Sobre la proa, esta negra se sentía de un modo muy extraño, libre.
Al llegar a Inglaterra, Griselda se sintió como una hormiga en medio de la selva Amazónica. Los hombres del puerto gritaban en otra lengua que ella nunca había oído, parecían rudos y descorteses. De vez en cuando, veía un negro como ella, que le sonreía. Una vez en casa de los abuelos de Violet, los señores tuvieron su banquete y Griselda fue acomodada en un cuarto al fondo de la casa. Pero pronto se puso a ayudar a Gertrude, la empleada, lavando platos y repartiendo aperitivos para los señores.
Pasadas unas cuantas copas de Don Perignon, los Brightson se pusieron más festivos que de costumbre. Violet tenía gran destreza en el baile y esa noche la estaba aplicando. Bailaba en el centro de la habitación con los cachetes colorados y la ropa desacomodada. Los demás aplaudían, cantaban y empinaban copas. Eentre los invitados estaba la familia Summerson. El hijo menor de esta familia estaba anonadado con semejante espectáculo. Griselda observaba desde la bisagra de la puerta, cuando sin darse cuenta, recibió una mirada seguida de una carcajada de Violet. Griselda se fue tan rápido como pudo a su habitación.
Al día siguiente y luego de reordenar la casa, Griselda y Gertrude quedaron solas y los señores se fueron de paseo. Un impulso dominó el pensamiento de Griselda. Entró al cuarto de Violet, miró el vestido y comenzó a desvestirse. Gertrude estaba afuera, en el patio. Una vez despojada de sus vestiduras, quedaron la negra y su negro reflejo sobre el espejo en el cuarto. Y empezó a llorar. Esta vez se pondría las finas prendas de Violet. Los colores marfil y salmón del vestido emitían luz propia en contraste con su tez. Poco a poco el llanto se convirtió en risa. Griselda sentía la alegría que se siente cuando en invierno, un generoso rayo de sol acaricia un rostro.
Violet volvió a la casa porque se había olvidado de su cartera. Al entrar al cuarto y encontrarse con Griselda vivió uno de los momentos más bizarros de su vida. Pero se acercó, le secó los pómulos brillosos, la abrazó y le dijo:
- Quédatelo, te queda hermoso.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home