Fiatlux

"Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído" J.L.Borges

Saturday, June 10, 2006

Sándalo y Jazmín

Piel curtida, áspera, con aspecto a cuero y de color bronce. Labios llenos, rebosantes de carne y palabras que no se escapan y permanecen ordenadamente encasilladas entre los dientes. Hay lugar para todas esas palabras y ya no hay lugar para más. Griselda tiene las caderas anchas y la cintura pequeña, su estatura es media y sus ojos parecen dos incrustaciones de ébano dentro de unas bochas amarillo blancuzcas. Tiene unos veinticinco años y desde los quince trabaja en casa de los Brightson; se ocupa de las tareas domésticas, pero su principal labor es atender a la señorita Violet, la mayor de las tres hijas del señor Brightson.
Son las cinco de la mañana y Griselda despierta de un sueño apurado. Bruscamente se levanta y se coloca sus harapos. Se pone la camisa, por debajo de la pollera que le llega a los talones, el delantal por encima de la pollera y el pañuelo en la cabeza. Luego baja a la cocina, donde está Genoveva, la cocinera, quien le ofrece una tasa de leche. Un gran sorbo basta, pues hay que vestir a la señorita Vviolet, y peinarla y servirle el desyauno.
Los sábados por la tarde las señoritas Brightson tienen su día de recreación: las hermanas de Violet juegan en el patio todo el día, mientras los señores salen de paseo por la ciudad y hacen visitas esporádicas a familias amigas y distinguidas como ellos. En esa aparente libertad, Violet dedica su jornada al aseo personal, al embellicmiento de su juventud resplandeciente y al disfrute del patio de la casa.
Es sábado y Griselda se está preparando para la sesión de la limpieza de la señorita. Los aceites esenciales traídos de India, que serán untados delicadamente sobre Violet, han sido un regalo de un joven pretendiente de la mayor de las Brightson. La negritud de las manos de Griselda se realza con la oleosidad de los aceites. Ella misma se roba un momento de placer de su propio cuerpo, oliéndose acá y allá.
Cuando llega la hora del baño, mira esa piel transparente, la siente tan tersa como el terciopelo de las cobijas de los señores de la casa, palpa con sus toscas manos la redondez de las caderas de llenas y blancas de Violet; lo hace con una delicadeza tal que ni un bebé las sentiría. La ternura de Griselda es un instinto que tiene arraigado en el vientre, así como su raza: el ser madre, amante, cómplice y también, sumisa.
El silencio del patio, sea real o imaginado por Griselda, la ha dejado admirando la belleza de Violet, quien es parte de su vida, su motivo de servir y de hacerlo bien; su preocupación cotidiana. El pelo brilloso y castaño de la señorita la envuelve de asombro. Ya la ha vestido y ahora la peina. Estos dos mundos radicalmente diferentes se han fundido en una mirada: de compasión, de cariño, de amor y de odio.

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