Museo Abierto
Bendita exposición pública. Aquí en la rambla se ve una gran variedad de cuerpos, elementos de uso personal, artículos de alta tecnología, vestimentas llamativas y lucrativas, vestimentas añejadas, accesorios como: gorros, anteojos para el sol e infinidad de piolines para colgar alrededor del cuello desde teléfonos celulares hasta llaves domiciliarias o lo que su necesidad del momento disponga. La cuestión es que en la rambla montevideana usted disfrutará del avistamiento de seres humanos en su mejor momento de ocio, conciencia saludable de su estado físico, gratuidad o placidez matutina.
En la playa, las olas rompen contra la orilla y el Río de la Plata se mantiene silencioso mientras oculta el secreto de la tormenta que se avecina. Los patos indiferentes se zambullen en el agua. La arena, rendida, porque nunca estará libre de los cientos de hoyos que descansan sobre ella. Los recipientes de basura están erguidos vaya a saber por qué, pues todo su relleno está desparramado en la arena.
De este lado de la rambla todo es distinto. Señores que comparten camaradería a medida que estiran sus entumecidos músculos; el desafío es llegar a la punta el pie y, cuando uno lo logra, el otro le festeja diciéndole: "qué bien que estás, campeón". Hablan de política, fútbol y dinero, haciendo alusiones esporádicas a sus abdómenes en expansión.
Las chicas y no tan chicas: las hay atléticas y bronceadas o corpulentas y pálidas del impacto motriz. Glúteos gelatinosos y glúteos firmes, pechos que rebotan, brazos tonificados y piernas cansadas. Todo vale a la hora de mover la anatomía.
A esta hora de la mañana las divas han saltado de la cama para regodearse en la rambla. La señora del cabello rubio platinado, la señora del equipo deportivo novedoso, la de los anteojos espejados, las mascotas que pasean sus minúsculas patas por la rambla. Nunca falta algún personaje singular que alegre la mañana. Una mujer de unos sesenta años con una larga melena peinada como "Bo Derek" lleva un exótico atuendo: una bandana en la cabeza, pantalón babucha violeta y chaleco amarillo amarillo fluorescente. Todo un torrente de rebeldía joven que se pasea por la peatonal.
Los autos no han contemplado nada de esta belleza porque van a una velocidad sorprendente. Como trasfondo de esta escena cuelgan banderines, afiches y carteles que nos dicen qué tomar, qué comer, a qué mutualista asistir, qué vestir y ofrecen la maravilla de aprender portugués en cuatro meses. Dichosos los que vienen a la rambla. Sólo los que asisten religiosamente entienden la importancia de la exposición divina y por eso la cultivan con tanto cariño.
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