Abrigo
Cuando la tarde del domigo gana la batalla y, quedo tendida sobre el sillón adormecida por la película de los domingos, siento el calor del alcolchado y pienso: no es suficiente. Me levanto y agarro lo primero que encuentro: un buzo de papá. Es grande, calentito. Me conforta; me siento protegida. Y pienso en todas las veces que papá me dió su buzo cuando tenía frío en las tardes de paseo, en el parque o en la playa, en el camping y en la carretera. Me dió esa misma sensación de la infancia. Protección, amor, calor.
Luego, recordé el calor de otro buzo; similar al de papá, pero no. Se extraña, pero la sensación no se compara. Ese buzo estuvo conmigo un par de semanas. Lo olía, me lo ponía a toda hora. Dormía con él. Hasta que lo tuve que devolver. Un romance deshilachado.
En cambio, el buzo de papá siempre va a estar. Cuando lo necesite, sobre el sillón o tirado arriba de la cama. Me rindo ante la idea de que el único verdadero abrigo, ese que me da seguridad, es el de papá. Sin embargo, convivir con la prenda extraña aunque sea por poco tiempo, es maravilloso.
2 Comments:
A mi me pasó. Resulta que mi papá tenía un buzo negro. Mi padre es como 50 veces mi tamaño, o sea que el buzo era unas 100 veces más grande que yo y ¡me encantaba! hasta que un día él lo llevó a la fábrica y lo manchó con un químico. chau buzo.
ahh es difícil reemplazar "ese buzo" pero seguro que lo harás..bss
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