Fiatlux
"Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído" J.L.Borges
Sunday, June 18, 2006
Crónicas del alambrado I
Han pasado tres días. Boca hinchada, interior de los labios malheridos, anatomía violada por una serie de alambres que, entrecruzados, me prometen una sonrisa alineada y perfecta en un tiempo de dos años. Supongo que es el precio de la perfección. No me la creo. Es sólo una ayudita a la aproximación de lo standar. Son nuevos habitantes que debo cuidar, lavar y proteger de todo virus o microbacteria que le quiera atacar. He integrado una pieza nueva a mi cuerpo, y quería presentarla en sociedad.
Thursday, June 15, 2006
Museo Abierto
Bendita exposición pública. Aquí en la rambla se ve una gran variedad de cuerpos, elementos de uso personal, artículos de alta tecnología, vestimentas llamativas y lucrativas, vestimentas añejadas, accesorios como: gorros, anteojos para el sol e infinidad de piolines para colgar alrededor del cuello desde teléfonos celulares hasta llaves domiciliarias o lo que su necesidad del momento disponga. La cuestión es que en la rambla montevideana usted disfrutará del avistamiento de seres humanos en su mejor momento de ocio, conciencia saludable de su estado físico, gratuidad o placidez matutina.
En la playa, las olas rompen contra la orilla y el Río de la Plata se mantiene silencioso mientras oculta el secreto de la tormenta que se avecina. Los patos indiferentes se zambullen en el agua. La arena, rendida, porque nunca estará libre de los cientos de hoyos que descansan sobre ella. Los recipientes de basura están erguidos vaya a saber por qué, pues todo su relleno está desparramado en la arena.
De este lado de la rambla todo es distinto. Señores que comparten camaradería a medida que estiran sus entumecidos músculos; el desafío es llegar a la punta el pie y, cuando uno lo logra, el otro le festeja diciéndole: "qué bien que estás, campeón". Hablan de política, fútbol y dinero, haciendo alusiones esporádicas a sus abdómenes en expansión.
Las chicas y no tan chicas: las hay atléticas y bronceadas o corpulentas y pálidas del impacto motriz. Glúteos gelatinosos y glúteos firmes, pechos que rebotan, brazos tonificados y piernas cansadas. Todo vale a la hora de mover la anatomía.
A esta hora de la mañana las divas han saltado de la cama para regodearse en la rambla. La señora del cabello rubio platinado, la señora del equipo deportivo novedoso, la de los anteojos espejados, las mascotas que pasean sus minúsculas patas por la rambla. Nunca falta algún personaje singular que alegre la mañana. Una mujer de unos sesenta años con una larga melena peinada como "Bo Derek" lleva un exótico atuendo: una bandana en la cabeza, pantalón babucha violeta y chaleco amarillo amarillo fluorescente. Todo un torrente de rebeldía joven que se pasea por la peatonal.
Los autos no han contemplado nada de esta belleza porque van a una velocidad sorprendente. Como trasfondo de esta escena cuelgan banderines, afiches y carteles que nos dicen qué tomar, qué comer, a qué mutualista asistir, qué vestir y ofrecen la maravilla de aprender portugués en cuatro meses. Dichosos los que vienen a la rambla. Sólo los que asisten religiosamente entienden la importancia de la exposición divina y por eso la cultivan con tanto cariño.
Sunday, June 11, 2006
EN BUENOS AIRES....
Qué ciudad. La mugre, en todas partes. Gente rica, linda, pobre, mendiga, pordiosera, débil, fuerte, sana, insana, exótica, tatuada y perforada y , “normal”, hasta seres humanos con cuernos de carne en la frente, quistes según mi apreciación...Quiero regresar a mi chacra de ensueño. Mi paisito, tan bello y tan único en su especie. Si bien amo lo que esta ciudad me ofrece, mi corazón quiere aquél ritmo.
Saltimbanco. Qué maravilla, qué emoción. Sin palabras. El artista: soberbio, asombroso, enternecedor y deslumbrante. La conjunción final: una acaricia en el alma. Un decir: “qué alivio que estas cosas existen entre tanta mierda”. Amor, ganas de mejorar, de ser de luz como ese niñito que volaba por los aires hace tres horas atrás, y que ahora, vuela nuevamente en la función de las siete de la tarde. Que descansen, que se retroalimenten, que se protejan de todo el mundo para conservar esa MAGIA que realmente poseen. Que sean bendecidos, más de lo que son. Lo mejor. Qué más se les puede desear si ellos logran en menos de un día forjar la esperanza en el amor y en la luz de cada espectador.
Y Buenos Aires, tan linda, atractiva por donde la mires, peligrosa, prostituta y sucia. Pero extremadamente rica. Rica de humanidad pestilente entre los subtes, los callejones, las terminales de ómnibus y los shoppings. Y nosotros, los visitantes, nos vamos a casa con ese olor bizarro impregnado en la piel. Bendito sea Buenos Aires, porque a pesar de todo, conserva un tesoro en lo más profundo de su polucionado corazón.
Saturday, June 10, 2006
Sándalo y Jazmín
Piel curtida, áspera, con aspecto a cuero y de color bronce. Labios llenos, rebosantes de carne y palabras que no se escapan y permanecen ordenadamente encasilladas entre los dientes. Hay lugar para todas esas palabras y ya no hay lugar para más. Griselda tiene las caderas anchas y la cintura pequeña, su estatura es media y sus ojos parecen dos incrustaciones de ébano dentro de unas bochas amarillo blancuzcas. Tiene unos veinticinco años y desde los quince trabaja en casa de los Brightson; se ocupa de las tareas domésticas, pero su principal labor es atender a la señorita Violet, la mayor de las tres hijas del señor Brightson.
Son las cinco de la mañana y Griselda despierta de un sueño apurado. Bruscamente se levanta y se coloca sus harapos. Se pone la camisa, por debajo de la pollera que le llega a los talones, el delantal por encima de la pollera y el pañuelo en la cabeza. Luego baja a la cocina, donde está Genoveva, la cocinera, quien le ofrece una tasa de leche. Un gran sorbo basta, pues hay que vestir a la señorita Vviolet, y peinarla y servirle el desyauno.
Los sábados por la tarde las señoritas Brightson tienen su día de recreación: las hermanas de Violet juegan en el patio todo el día, mientras los señores salen de paseo por la ciudad y hacen visitas esporádicas a familias amigas y distinguidas como ellos. En esa aparente libertad, Violet dedica su jornada al aseo personal, al embellicmiento de su juventud resplandeciente y al disfrute del patio de la casa.
Es sábado y Griselda se está preparando para la sesión de la limpieza de la señorita. Los aceites esenciales traídos de India, que serán untados delicadamente sobre Violet, han sido un regalo de un joven pretendiente de la mayor de las Brightson. La negritud de las manos de Griselda se realza con la oleosidad de los aceites. Ella misma se roba un momento de placer de su propio cuerpo, oliéndose acá y allá.
Cuando llega la hora del baño, mira esa piel transparente, la siente tan tersa como el terciopelo de las cobijas de los señores de la casa, palpa con sus toscas manos la redondez de las caderas de llenas y blancas de Violet; lo hace con una delicadeza tal que ni un bebé las sentiría. La ternura de Griselda es un instinto que tiene arraigado en el vientre, así como su raza: el ser madre, amante, cómplice y también, sumisa.
El silencio del patio, sea real o imaginado por Griselda, la ha dejado admirando la belleza de Violet, quien es parte de su vida, su motivo de servir y de hacerlo bien; su preocupación cotidiana. El pelo brilloso y castaño de la señorita la envuelve de asombro. Ya la ha vestido y ahora la peina. Estos dos mundos radicalmente diferentes se han fundido en una mirada: de compasión, de cariño, de amor y de odio.
EL LOGRO, continuación de "Sándalo y..."-
Era mayo y el cumpleaños de la señorita Violet se acercaba. Los señores Brightson planearon una visita a su patria natal, Inglaterra, para ver a parientes y amigos. Irían a Yorkshire, donde vivían los abuelos de Violet.
Violet pidió permiso a sus padres para que Griselda acompañara a la familia, pues como ella, nadie sabía cuidarla y atenderla. Los señores Brightson trataron de convencer a su hija de que podían conseguir una empleada en Yorkshire, sería tan o más útil que Griselda. Violet mantuvo su idea primera.
Un amanecer frío, ventoso y con olor a yodo concentrado encontró a Griselda, que despertaba sobre un catre de la tercera clase de un buque transatlántico. Aunque su familia era nigeriana, esta sirviente había nacido en América y nunca había atravaesado más agua que la del arroyo Salsipuedes. La inmensidad le quitaba el aliento, por eso, procuraba despertarse media hora antes de atender a la señorita para emborracharse de aquel paisaje. El olor marino parecía quemarle los pulmones. Sin embargo, pasados los tres días a bordo, sus amplios orificios nasales lograron transformarlo de fétido a placentero. Sobre la proa, esta negra se sentía de un modo muy extraño, libre.
Al llegar a Inglaterra, Griselda se sintió como una hormiga en medio de la selva Amazónica. Los hombres del puerto gritaban en otra lengua que ella nunca había oído, parecían rudos y descorteses. De vez en cuando, veía un negro como ella, que le sonreía. Una vez en casa de los abuelos de Violet, los señores tuvieron su banquete y Griselda fue acomodada en un cuarto al fondo de la casa. Pero pronto se puso a ayudar a Gertrude, la empleada, lavando platos y repartiendo aperitivos para los señores.
Pasadas unas cuantas copas de Don Perignon, los Brightson se pusieron más festivos que de costumbre. Violet tenía gran destreza en el baile y esa noche la estaba aplicando. Bailaba en el centro de la habitación con los cachetes colorados y la ropa desacomodada. Los demás aplaudían, cantaban y empinaban copas. Eentre los invitados estaba la familia Summerson. El hijo menor de esta familia estaba anonadado con semejante espectáculo. Griselda observaba desde la bisagra de la puerta, cuando sin darse cuenta, recibió una mirada seguida de una carcajada de Violet. Griselda se fue tan rápido como pudo a su habitación.
Al día siguiente y luego de reordenar la casa, Griselda y Gertrude quedaron solas y los señores se fueron de paseo. Un impulso dominó el pensamiento de Griselda. Entró al cuarto de Violet, miró el vestido y comenzó a desvestirse. Gertrude estaba afuera, en el patio. Una vez despojada de sus vestiduras, quedaron la negra y su negro reflejo sobre el espejo en el cuarto. Y empezó a llorar. Esta vez se pondría las finas prendas de Violet. Los colores marfil y salmón del vestido emitían luz propia en contraste con su tez. Poco a poco el llanto se convirtió en risa. Griselda sentía la alegría que se siente cuando en invierno, un generoso rayo de sol acaricia un rostro.
Violet volvió a la casa porque se había olvidado de su cartera. Al entrar al cuarto y encontrarse con Griselda vivió uno de los momentos más bizarros de su vida. Pero se acercó, le secó los pómulos brillosos, la abrazó y le dijo:
- Quédatelo, te queda hermoso.